Cuando la tierra estaba en la oscuridad; cuando era siempre de noche, los poderosos que vivían en el cielo se reunieron para crear el Sol y que hubiera luz en la Tierra. Ellos se reunieron en una ciudad llamada Teotihuacán que había en el cielo, y de la cual la ciudad de Teotihuacán que está en México, era como una sombra o un reflejo.
En esa ciudad celeste de Teotihuacán encendieron una enorme hoguera. Aquel poderoso que quisiera convertirse en el Sol, debía arrojarse en esa hoguera y quemarse en ella. De ella saldría convertido en el Sol.
Había dos que querían hacerlo. Uno era grande, fuerte, hermoso y rico. Estaba vestido con ropas de lujo y adornado con piedras preciosas. Les ofrecía a sus compañeros oro y joyas, muestras de su orgullo.
El otro era pequeñito, débil, feo y pobre; su piel estaba cubierta de llagas. Estaba vestido con su ropa de trabajo. Como era pobre sólo podía ofrecer la sangre de su corazón, sus buenos y humildes sentimientos. Cuando llegó la hora de arrojarse a la enorme hoguera, el grande y rico no se atrevió, tuvo miedo y salió corriendo.
Entonces el pequeñito, feo, que era muy valiente, se arrojó a la hoguera. En ella se quemó y salió de ella convertido en el Sol. Cuando el otro lo vio, sintió vergüenza y también se arrojó a la hoguera. En ella se quemó y en el cielo apareció otro Sol.
Los poderosos estuvieron de acuerdo en que no podían existir soles en el firmamento, así que decidieron apagar el segundo, el que había sido creado por el guerrero grande y fuerte. Tomaron un conejo por las patas y con mucha fuerza lo lanzaron contra el segundo Sol. Su brillo disminuyó de inmediato y quedó convertido en la Luna. Por eso hasta la fecha, en la Luna podemos ver la figura del conejo que acabó con su luz.